Comentarios a la Palabra del domingo


Domingo 15 del tiempo ordinario. “Ellos predicaron con el poder de Cristo”.



Mc 6,7-13: En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.
Y añadió:
—«Cuando entren en una casa, quédense en ella hasta que se vayan de aquel lugar. Y si en algún sitio no los reciben ni los escuchan, márchense de allí, sacúdanse el polvo de los pies, para que les sirva a ellos de advertencia».
Ellos salieron a predicar la conversión, echando muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.





II. APUNTES


Luego de la muerte del rey Salomón (s. X a.C.) el pueblo de Israel sufre una división. Al sur las tribus de Judá y de Benjamín mantienen el templo de Jerusalén como único lugar de culto, mientras las diez restantes tribus de Israel acuden a un templo en Betel.

Un siglo después Dios elige a Amós como mensajero suyo (1ª lectura) y lo envía a Betel diciéndole: «Ve y profetiza a mi pueblo Israel...». Su anuncio no será bien recibido. Amasías, sacerdote del templo de Betel, lo conmina a volver a su tierra diciéndole: «Vete, vidente; huye a la tierra de Judá… profetiza allí. Pero en Betel no has de seguir profetizando.»

También “los Doce” son elegidos y enviados por el Señor Jesús, el Hijo de Dios, quien antes de enviarlos los reviste de autoridad. Esta autoridad, delegada a los apóstoles por Aquel que posee Él mismo toda autoridad divina, les confiere derecho de actuar con total libertad de acción, en Su Nombre y con poder para expulsar demonios y curar enfermos.

A “los Doce” los fue enviando “de dos en dos”, no sólo para ayudarse y acompañarse mutuamente, sino para que el testimonio de uno estuviese avalado por otro testigo. Su misión consistirá en “predicar la conversión” dada la inminente llegada del “Reino de los Cielos” (ver Mc 1,15).

El Reino de Dios sería inaugurado en la tierra por el Mesías prometido por Dios. La expulsión de demonios así como la curación milagrosa de los enfermos eran signos patentes que certificaban la llegada de los tiempos mesiánicos (ver Mt 11,2-6; Lc 7,18-23) y acreditaban a los apóstoles como embajadores del Mesías que venía “detrás de ellos”.

En las indicaciones del Señor a sus apóstoles de no llevar ninguna provisión para el camino hemos de ver una invitación a la confianza total en Dios, en su providencia y asistencia divina. Esta providencia divina habrá de manifestarse a través de la acogida y generosidad de aquellos que sabrán acoger a los apóstoles y su anuncio (ver Lc 10,7). “Los Doce” deberán pasar así por la experiencia de que en el fiel cumplimiento de su misión nada les faltará, porque Dios vela por ellos (ver Lc 22,35). La instrucción era dada para aquella ocasión específica y no deberá ser tomada como norma general (ver Lc 22,36).

Este envío será un anticipo de la futura y universal misión de los apóstoles. Es parte de su formación para lo que será toda su vida: anunciar a Jesucristo, reconciliador del ser humano, fuente de vida y bendición para todo aquel que crea en Él. De este modo quiso Dios asociar a hombres concretos a la realización de sus designios reconciliadores, hasta que todo tenga a Cristo por Cabeza.

En la segunda lectura San Pablo invita a los cristianos de Éfeso a dar gracias a Dios Padre, pues en Cristo «nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales». Gracias al anuncio de la Palabra de la verdad, del Evangelio de salvación, los cristianos hemos recibido gratuitamente un cúmulo inmenso de bendiciones. Este anuncio es esencial para llevar a cabo el proyecto divino de «hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza», y por aquel mandato apostólico de Cristo resuena aún hoy en la Iglesia y se dirige a todos los bautizados, porque el mensaje de la salvación y reconciliación debe llegar a todos los rincones del mundo, a todos los corazones necesitados del Don de la Reconciliación. 



III. LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA 



Gracias al testimonio audaz y valiente que los apóstoles y primeros discípulos dieron de Cristo, gracias al fiel cumplimiento de la misión recibida del Señor de anunciar el Evangelio a todos los pueblos, nosotros hemos podido recibir el don de la fe. ¡Qué hermosos son los pies del mensajero! ¡Y qué enorme bendición que por ellos hemos recibido! Sí, la fe en Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, es el mayor regalo que luego de la vida hemos podido haber recibido, es nuestro mayor tesoro. Y por ello hemos de exclamar continuamente con el Apóstol Pablo: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales… en Cristo.» 

Quienes hemos recibido el don de la fe, dos mil años después que la gesta evangelizadora se iniciaba cuando el Espíritu divino fue derramado en forma de lenguas de fuego en el corazón de los apóstoles y discípulos reunidos en torno a María el día de Pentecostés, escuchamos también la invitación del Señor: «Gratis lo recibisteis; dadlo gratis» (Mt 10,8). En efecto, hoy todos nosotros estamos llamados a comunicar a cuantos podamos el Evangelio que gratuitamente hemos recibido y a hacer llegar sus bendiciones a muchos otros. Quien ha sido alcanzado y reconciliado por Cristo, quien ha recibido el don maravilloso de la vida nueva, se experimenta impulsado a anunciarlo y trasmitirlo a los demás. 

En esta tarea de anunciar el Evangelio de Jesucristo a los demás no caben excusas. Nadie puede excluirse de esta necesidad y responsabilidad pensando que “eso corresponde sólo a curas y monjas”, “yo no puedo”, “yo soy incapaz”, “yo no sé hablar”, etc. ¡No! ¡Nada puede ni debe ser obstáculo para anunciar a Cristo y su Evangelio! Y si algún obstáculo encuentra en sí mismo o el mundo que lo rodea, en el Señor y en su Espíritu ha de buscar la fuerza, el valor y el arrojo para anunciar a los demás lo que él mismo ha encontrado en el Señor Jesús: el perdón, la reconciliación, el gozo del corazón, una vida nueva, el sentido pleno, luminoso y grandioso a su existencia humana. ¡Cuántas veces, cuando superando miedos y cobardías nos lanzamos a anunciar a Cristo y su Evangelio, experimentamos cómo Él habla a través de nuestros labios, nos inspira la palabra oportuna y ablanda los corazones más endurecidos! Sí, cuando confiamos en Él, el Señor actúa en nosotros y a través de nosotros, más allá de nuestras debilidades e insuficiencias. Nada hemos de temer, porque Él estará con nosotros. Como a los primeros apóstoles, también Él nos acompañará con la fuerza de su Espíritu, con su gracia y con su poder. 

Así pues, confiemos en el Señor y proclamemos alto y fuerte nuestra fe, para que también muchos otros puedan creer y alcanzar las innumerables bendiciones que Dios nos ha regalado por medio de su Hijo. 


Disponible, texto apmliado en: 
Rvdo. P. Jürgen Daum, Domingo XV del Tiempo Ordinario (Ciclo B). «Los fue enviando»
http://multimedios.org/docs/d002344/

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