Planteamientos filosóficos y antropológicos

La persona (I)

La palabra “persona” etimológicamente viene del griego prósopon, que dentro del pensamiento griego, significa cara, rostro, fachada o parte delantera. El sentido que más interesa es el que coincide con la voz latina de máscara. Puesto que, dentro del teatro se representa a alguien; de aquí que, la mascara es la representación de un personaje. Dentro de la teología cristiana se utilizó la palabra “persona”  propia y principalmente para referirse a Dios, y sirvió para explicar la doble naturaleza de Jesucristo; en un segundo plano y muy impropiamente al hombre[2].

Pero adviértase que, para referirnos a la persona no preguntamos: ¿qué cosa es?, sino decimos ¿quién es? Ya que a la pregunta personal se responde: yo soy. La persona no es algo sino alguien, no es un qué sino un quién. Cuando nos referimos a alguien es a una realidad corporal instalada en el mundo, con características propias, irreductible a cualquier cosa, y a cualquier otra persona. 

La persona es una realidad que se está haciendo, está en constante movimiento y hacia algo; la persona propiamente es futuriza, presente pero orientada al futuro. “La realidad de la persona es algo arcano, es algo en cierto modo secreto, no está manifiesto, es inagotable –es inagotable porque está aconteciendo–, no está nunca dado ni terminado, es imperfecto en sentido literal, etimológico de la palabra, es inconcluso”[5]. La persona no es una cosa y escapa a toda definición, pues, no está acabada, terminada. “La persona está definida por la indigencia, la menesterosidad, la irrealidad de la anticipación hincada en una realidad que espera”[6]. Así pues, la persona es una realidad interesante que siempre se le está llegando. 

Samuel Hernández Vázquez 

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[2] Cfr. J. Marías, Antropología metafísica, Alianza, Madrid, 1998, pp. 40-42.

[5] J. Marías, La persona, [en línea], disponible en http://www.hottopos.com/mp2/mariaspers.htm, vi: 3 de abril de 2006.

[6] J. Marías, Antropología metafísica, 43.