Diáfana espera
Esperar, esperar, ... que pronto la desesperación se vuelca en calma.
Hay cosas que no he captado su existencia o al menos, aún no he aprehendido su sentido.
Con la espera no se gana nada, se adquiere experiencia en los sentidos, para
ver pasar el mundo de “otros” o de “Aquel Otro”. La espera engendra
un tipo de visión acorazada, vuelto común, que ya no permite saborear la amarga desesperanza. Pasa el tiempo, diáfana
faena, como “otro”, oblicua soledad impenetrable.
La espera engendra conocimiento, aquel muy sabio: “las perlas no
se echan a los puercos”. Emana un brillo tenue, grisáceo, suave que
no le es propio y resplandece gracias a un brillo mejor: el de una recompensa o
el de una profecía.
El tiempo, transcurrido
en mi presencia me devela en la esencia de las cosas, como si lo “otro”
fuera muy parecido a mí, como si le reclamara en mis acciones. Mi condición también
se desnuda a sabiendas de que no hay nada que temer en mi oscura soledad. Busco un
punto acorazado, ahora más sólido, para tapar de manera hermética mi
miseria.
La experiencia del tiempo, mi actual
presencia, se descubre inerte, frente al paso del “otro”, sin éxtasis ni gloria. La
corona de la victoria es para la espera del ser enamorado.
Distante y ausente el ganador recibe su faena acorazada... ¡¡¡bendito premio!!!.
Samuel Hernández Vázquez
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