Consumo cultural en Zapotlanejo, Jalisco.
El sábado 11 de febrero de 2017 se presentó en concierto el
grupo de rock UNO OTTATIVIPI, en la plaza principal, a un lado de la casa de la
cultura de Zapotlanejo. Sin duda alguna, el grupo causó sensación y revuelo en
el gusto de espectadores, pequeños círculos sociales de la población. El evento
aunque auspiciado por la casa municipal, recreó y ambientó bajo la luna llena
con canciones clásicas y propias del grupo. Fuera del marco pautado y la poca
interacción constreñida por el espacio público, la presentación fue un
espectáculo extraordinario para los lugareños.
Con motivo de este evento quisiera reflexionar en torno a la
cultura popular, esta vez, no para su defensa, sino para hacer una crítica a
los consumos culturales de los grupos juveniles de Zapotlanejo. El consumo
musical de las mayorías es por excelencia la música regional o la banda,
norteño (en sus diferentes evoluciones actuales), y el reguetón, gusto
regionalizado en nuestro país. Estos estilos musicales construyen y reproducen imaginarios
sociales del mundo del narcotráfico (situación generalizada, evidencia común y
cotidiana, manifiesta en un endeble estado de derecho). El narcotráfico, su
hacer e instrumentación ya es parte de la producción y del consumo de las masas
en todos los niveles sociales, aunque son los sectores sociales más pobres sus
principales víctimas y destinatarios.
En contraposición, se encuentra en el pueblo la presencia de
grupos juveniles con “otros” tipos de consumo, de lo que podría llamar, estilos
subversivos de la cultura popular o de las mayorías. En este sentido, el
acercamiento de los grupos juveniles a otros estilos musicales es por vía de
(los sectores populares no acceden, o no tienen acceso) la Educación. Otros consumos culturales (música rock, electrónico,
Jazz, clásica, etc.) que, para un pueblo como el de Zapotlanejo es ser
subversivo, estar fuera de lo hegemónico “popular” y del gusto de la mayoría.
En este concierto vi un área de oportunidad para un pueblo, no exento de
violencia y miedo (percepción generalizada, véase ENVIPE, 2016, INEGI).
Se trata de educar con “otros consumos culturales”, “otros”
productos culturales y artísticos a las nuevas juventudes. Provocar una
subversión que valla indirectamente en contra de una cultura popular que día a
día nos lleva a topes en círculo vicioso, reproduciendo violencia,
deshumanización y anomia social.
La cultura es parte de la vida del ser y del hacer humano, sin embargo, no es lo mismo
crear productos culturales a consumirlos. Dentro de las discusiones académicas de
largo aliento del concepto de “cultura”, se encuentra la dicotomía entre “alta
cultura” y “cultura popular”. La alta cultura es parte de las clases dominantes
y hegemónicas, sus productos, la mayoría de las veces son de tipo exclusivo;
por el contrario, la cultura popular es la cultura del excluido: grupos
receptores y destinatarios. García Canclini, teórico reconocido por sus investigaciones
en estos temas, afirma que “en el consumo, los sectores populares estarían
siempre al final del proceso, como destinatarios, espectadores obligados a
reproducir el ciclo del capital y la ideología de los dominadores” (Culturas Híbridas, 2013, p. 191). Por el
contrario, y en esto tiene un acierto UNO OTATTIVIPI produciendo otras
alternativas, otras juventudes muy distintas a las hegemónicas populares. Los
consumidores son también productores de nuevos estilos, espacios de conciencia
social para la creación de ciudadanos críticos, que manifiestan en su hacer,
utopías y mundos posibles que cuestionen el status
quo: “patas pa’ arriba”, violento, sumiso. Otras juventudes que participen
en la construcción de México, e incidir en sus estructuras políticas decadentes e impunes.
Samuel Hernández Vázquez
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