Lo otro que yo


¿Cómo reconocerme a “mí mismo” cuando en mí hay otros tan presentes como yo? Yo, soy lo otro, el otro, lo diverso y semejante. Aquello que no reconocí y que no quiero ser, que niego. Yo soy todo y nada de las personas con que he interactuado. ¿Cómo no reconocerme? ¿Cómo no conocerme? ¿Cómo no conocer aquello de lo que fui, de lo que soy?

Toda esta brutal insatisfacción, falta de espacio, de suerte: aglomeración, conglomeración, multitud, masa. La lucha por el reconocimiento, pero por sobre todo, la lucha por mi lugar en la masa. Aquél en el que me reconocí, reclama mi lugar, mi posición, mi circunstancia. No hay nada seguro. El espacio que propone la demografía no existe, es ficticio. No es egoísmo. Amanecí y todo estaba lleno, ocupado. Hace falta espacio, espacio que me han quitado, como rapazmente lo he quitado. Masa, legión, número, así nos llaman. La catástrofe es masiva, pero ni con la defunción de miles de personas encuentro mi lugar; todo ya está vivido, acotado a un guion.





La modernidad ha generado apariencias y mentiras para estar-en-el-mundo, de manera autómata, individual, propia y subjetiva. Las cosas se consumen muy rápido, el ego-del-hombre-de-hoy es difícil de salvar. No existe la realidad, es solo apariencia e ilusión para poder vivir como reyes de antaño: con perfecta soberanía. La angustia nos muestra lo miserabilísimo que somos y la desnudez con la que contamos. La muerte y la angustia nos revelan el ser-en-el-mundo, nuestro estar como especie. Quienes la experimentan de manera cercana se dan cuenta del verdadero sentido de la realidad. Soy tú-nosotros-la-humanidad, eso que queremos ser y nos queda grande, eso que no queremos ser y somos, eso que despreciamos constantemente y lo negamos. Lo Otro, que soy yo.

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