Vida de Santa María de Jesús Sacramentado Venegas. Parte II


Vida de Santa María de Jesús Sacramentado Venegas

(Madre Naty) Parte II

Discernimiento: ¡Ven y sígueme!


La historia de Santa María de Jesús Sacramentado, la madre Naty, se expone en partes por su extensión. Anteriormente, en este espacio, ya se ha expuesto sus primeros años de vida, ahora se expone los años de su juventud hasta que decide consagrarse por completo a Dios. Los años en que discernió y la llevaron a la total consagración de su vida.  

María Natividad a los 16 años perdió a su madre en San Pedro Lagunillas, Nayarit. Y de San Pedro Lagunillas se trasladó con sus hermanos a los Zorrillos un pequeño rancho de Zapotlanejo, Jalisco en la casa de su tío Donaciano Venegas. Después de vivir con su tío, María Natividad y su Hermana Adelaida en 1887 se trasladan a vivir en la población de Zapotlanejo con su tía paterna Crispina Venegas (Peñalosa, 1991: 25; Mejía, 17). Natividad tenia 19 años de edad. Los años de su juventud acontecieron en este poblado. En un ambiente de devoción y de piedad se dedicó a las labores hogareñas, pero siempre atraída por las cosas celestiales.

En 1887, tres años después de la muerte de su madre, muere su padre. María Natividad de niña, cuando vivía su padre, le gustaba leer historietas sagradas y ejemplos de santos. Las anécdotas que se tienen de Santa María de Jesús Sacramentado concuerdan en recurrir a la imagen bíblica de Marta y de María (Lc. 10, 38-42). Comparación que hacen con María Natividad y su hermana Adelaida. Ya que a María Natividad sus aficiones eran escribir, leer y rezar, mientras que su hermana Adelaida tenía a su cuidado las labores del hogar. Tanto que Adelaida se lamentaba con su padre y le decía: “Papá, dile a Natividad que me ayude, ella nomás está rezando y escribiendo, mientras que a mí me deja todo el cuidado de la casa”, a lo que el padre respondía con tono profético: “Déjala hija, ella lleva el oficio de María y tú el de Marta” (Mejía, 2008: 17).

María Natividad comulgaba todos los días, se le veía pasar grandes ratos ante el Sagrario, asistía a todos los actos piadosos de la parroquia, pero el hecho más importante de su juventud fue el haber ingresado en la Asociación de Hijas de María (entonces muy floreciente en Zapotlanejo) y consagrarse por completo a María.

Esta benemérita asociación se propone un triple fin: honrar a la Santísima Virgen con peculiares ejercicios piadosos; la santificación propia mediante la imitación de María y la promoción del apostolado en el ambiente familiar y social, de acuerdo con los estatutos generales o locales. Ingresó a la Asociación de Hijas de María a la edad de 30 años, pasó las pruebas de rigor y dando muestras satisfactorias de piedad, equilibrio y madurez, fue solemnemente admitida el 8 de diciembre de 1898, por el entonces Director, el Presbítero Luis Soriano; fecha dichosísima para María Natividad. Impresiones imborrables quedaron en ella, el día en que se consagró perpetuamente como lirio purísimo, bajo la mirada maternal de su madre la Virgen María. 

María Natividad había perdido a su madre en la tierra, ahora encontraba a su madrecita del cielo, de la que sintió sus caricias especiales en tan significativo acontecimiento.

El director espiritual de María Natividad fue el padre Antonio González, que como sabio director de almas, se dio cuenta a tiempo, que esa alma debía ser trasplantada a los jardines del Señor, antes de que el oropel engañoso del mundo la encandilara y desviara, porque nunca le faltaron insistentes invitaciones para fiestas y matrimonios a las que ella rechazaba de inmediato. Y como anécdotas que cuentan sobre su vida en esta etapa, quiero resaltar una que pasa toda mujer. Las mujeres cuando llegan a cierta edad son presionadas por la familia y por la sociedad, a contraer matrimonio, pues una vida de soltera es criticada y tomada como cosa inútil, otras veces es entendida como maldición. Así lo cuenta Peñalosa (1991) con palabras puestas en la misma María Natividad:

“¡Cuantas veces habían insinuado a mis tíos y a mi hermana que pensaba ser religiosa, siempre se oponían no sólo con argucias y lamentaciones, sino aún poniéndome varios obstáculos! Para probar mi vocación, un domingo en que estaba yo con mis familiares en la serenata de la plaza de armas, llego un joven que se sentó a mi lado, un joven a quien mis familiares habían pedido que se sentara junto a mí. Al notar yo la insinuante presencia del joven me levanté molesta” (58).

“No maravilla el hecho de que un joven se haya sentido atraído hacia una jovencita buena y reservada y que una tarde durante una reunión, le haya propuesto matrimonio; pero María Natividad respondió: “no me hable así; esto no me interesa” (Potitio).

Anhelaba vivamente María Natividad consagrar su vida entera al servicio de Dios, no tenía claro cual era para ella la voluntad divina, aunque siempre se vio atraída por la vida religiosa, se conservó para Dios totalmente hasta sus últimos días.

El padre Antonio González conociendo más de cerca el alma de María Natividad, llegó a decirle estas palabras proféticas: “Es indudable Natividad, tienes qué terminar tu vida en el claustro”. El padre vicario le dio a leer “La Imitación de Cristo”, le dijo: Cuando lo leas me lo devuelves. Lo leyó e iba a devolverlo, cuando el padre le dijo que lo volviera a leer. La hizo leer “La Imitación de Cristo” cinco veces. Este libro fue un pilar para su vida espiritual, pues en vida, se recuerda que repetía constantemente algunas frases de este libro, sin lugar a dudas le ayudó a discernir su vocación.

Haciendo un paréntesis sobre esta historia, quiero hacer una comentarios sobre “La Imitación de Cristo” y su importancia, pues hay que tener en cuenta que este libro se centra en tres aspectos esenciales para todo cristiano: “la abnegación, la práctica de las virtudes y la unión constante con Jesucristo”. Fray Luis de Granada, dice en el prólogo a su traducción castellana de la Imitación, publicada en Sevilla en 1536: “Hallamos en este libro el remedio para todos los males del alma; un maná escondido para quienes gustan las delicias del espíritu; una luz inextinguible que nos enseña a conocernos y ver lo que nosotros mismos no alcanzamos, y, en fin, la ciencia de la salvación que nos induce a vivir y morir como verdaderos cristianos”. No podemos dejar de lado la grandeza de esta obra y su contenido, ni mucho menos el trabajo cotidiano de María Natividad, el grado de madurez humana y espiritual que logró con este libro y con los consejos de sus directores, pero sobre todo de las circunstancias que Dios le puso en su camino.

En la Ciudad de Guadalajara, por ese tiempo estaba en auge la casa de Ejercicios Espirituales de San Sebastián de Analco. Se organizaban continuamente tandas de ejercicios ignacianos para todas las clases sociales; no solo para la Ciudad, sino para las parroquias foráneas, y así en noviembre de 1905, se verificó una tanda exclusiva para las agrupaciones de Hijas de María, predicada por el padre Sotero Mireles, experto en los ejercicios ignacianos.

Por sugerencia del Padre don Antonio González, fueron a tomar parte en esta tanda, cuatro señoritas de lo mejor en el terreno espiritual de la parroquia de Zapotlanejo, almas escogidas y auxiliares importantísimas en el apostolado. Entre ellas, María Natividad.

A la edad de 37 años, ¡La hora de Dios! al terminar estos ejercicios espirituales, María Natividad decidió entrar de religiosa. Recibió varias invitaciones para ingresar con las “Carmelitas Descalzas de Santa Teresa”, las “Salesas” y con las “Siervas de los Pobres”, fundada recientemente en el Hospital de la Santísima Trinidad.

Pero Dios tenía determinado que habría de tomar parte de un grupo de señoritas al servicio de los enfermos pobres en el barrio de Analco. Aquéllas hermanas “no eran religiosas, no las ligaba voto alguno; pero qué afables, qué piadosas, qué solicitud con los enfermos necesitados” (Peñalosa, 1991: 61). Así el 8 de diciembre de 1905, al terminar sus ejercicios, llegó a formar parte de este grupo, que al llegar ella aumentó a seis.

María Natividad al entregarse por completo a la voluntad de Dios se perdió con la humildad de una santa en aquella casa llena de paz y concordia en donde se oraba y se sacrificaba por los demás, pues se decía a sí misma: “Yo no quiero ser santa a medias sino cabal”.

Bibliografía:

Mejía R., E. (2008). Un ejemplo para el mundo de hoy, Sexta edición, México. 
 Peñalosa, J. E. (1991). Yo, sor María de Jesús Sacramentado. JUS, México. 
Tomás de Kempis, Imitación de Cristo.
Causa de Canonización para los santos. Potitio, Santa María de Jesús Sacramentado Venegas. Biografías para la causa de canonización del  Padre Federico Chávez Peón, S.I.

Samuel Hernández Vázquez 

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